El mosaico en el Imperio Bizantino


La Decoración musivaria


El arte Bizantino adopto el mosaico como revestimiento mural. Hornearon multicolores teselas cuadradas de pasta vítrea y las combinaron con piezas laminadas de oro, plata y nácar, componiendo una pintura de piedras, casi incorruptible. Su fulgor, al reflejar el brillo del sol o la luz de las velas, los fascino.

Esta técnica estaba en manos de los decoradores del taller imperial, quienes fueron los encargados de fijar una iconografía oficial y asignar a cada imagen el lugar que debía ocupar en el templo. No obstante, tanto iconografía como ubicación sufrieron un cambio a raíz de la Revolución Iconoclasta llevada a cabo entre los años 726 y 843.

Esta revolución iconoclasta la comenzó el emperador León III de la dinastía isáurica. Los motivos fueron varios: en primer lugar el gran poder económico ( y también social y político) que habían conseguido algunos monasterios gracias a los icónos (imágenes) que albergaba.

En segundo lugar la propia tradición bíblica, que anatemizaba el culto a cualquier tipo de imagen y que seguía muy viva en amplios sectores cristianos del imperio, reprochando a las imágenes o iconos el fomentar la idolatría.

Por último, parece ser que el emperador León III contaba entre sus consejeros con judíos y musulmanes, opuestos también por motivos religiosos a la reproducción y culto de imágenes de cualquier ser vivo o de la divinidad.

El resultado fue que se prohibieron las imágenes y se destruyeron muchas de ellas, con lo que la evolución del mosaico bizantino sufrió un paréntesis de más de un siglo que cambió su trayectoria. Durante este paréntesis los únicos temas representados fueron la cruz desnuda, el trono vacío sobre el que descansaba el libro de las escrituras y campos de flores y pájaros.

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